¿Son acertados los planes de austeridad de Europa?

La gran duda, es si las medidas de austeridad funcionarán.
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Siguiendo la promesa de Grecia de reducir drásticamente su deuda por medio de una combinación de recortes de gastos y el aumento de impuestos por parte del Gobierno, otros países, entre ellos España, Alemania y Francia —y, recientemente, Reino Unido—, también decidieron seguir por el camino de la austeridad. Aunque muchos se pregunten si un país como Grecia estará en condiciones de cumplir sus promesas sin recurrir a la reestructuración de la deuda nacional, la gran duda, en realidad, es si las medidas de austeridad funcionarán, tal y como proponen sus defensores. 
“Esos países se metieron en la situación en la que se encuentran y ahora no consiguen salir de ella”, dice N. Bulent Gultekin, profesor de Finanzas de Wharton. Eso sólo será posible si reducen los gastos, aumentan los impuestos o ambas cosas, es decir, si adoptan un régimen de austeridad.

La gran preocupación de varios países europeos, durante toda la primavera en el hemisferio norte, era si serían capaces de hacer frente a sus deudas. Hubo una rebaja de las calificaciones de crédito de los países; aumentaron los tipos de interés de la deuda soberana, y se presionó al euro fuertemente. Por último, el 10 de mayo, los ministros de Finanzas de la Unión Europea (UE), junto con el Fondo Monetario Internacional (FMI) tomaron una decisión decisiva: la creación de un fondo de emergencia por valor de US$ 930.000 millones (€ 750.000 millones).
Para diversos expertos, el paquete de ayuda, anunciado mucho después de que estallara la crisis, no llegó en el mejor momento. El 27 de abril, la agencia de calificación de riesgo Standard & Poor’s rebajó la deuda soberana de Grecia hasta el nivel de “bono basura”. Al día siguiente, los ingresos sobre los títulos de diez años del Gobierno griego alcanzaron un 11,24%. Pero el balance patrimonial del país ya había estado deteriorándose desde hacia años. El déficit presupuestario de Grecia este año superará el 10%, el ratio deuda/PIB alcanzó un 112% en 2009, y hay previsiones de que vaya a empeorar aún más durante los próximos años. Mientras tanto, la economía griega se reducirá un 4,6% este año, después de crecer, de media, más del 4% al año entre 1998 y 2007. Cuando se supo que se habían ocultado partes significativas de la deuda griega, el país se vio obligado a reconocer que sus problemas financieros habían pasado de graves a extremadamente graves.
Como consecuencia de eso, el 2 de mayo, el país aceptó el paquete de ayuda ofrecido por la UE y por el FMI por valor de US$ 146.000 millones. Junto con el dinero se impusieron restricciones severas a los socios europeos de Grecia, sobre todo por parte de Alemania. Una de las restricciones más contundentes exigía a Grecia que redujera el déficit anual del presupuesto a menos del 3% del PIB en 2014, una medida que exigirá recortes de gastos del 5,3% del PIB, aumento de los impuestos del orden del 4% del PIB, además de reformas económicas que, se espera, estimulen el crecimiento económico.
Desde que Grecia aceptó la ayuda, ningún otro país europeo se ha visto forzado a recurrir al fondo de emergencia, aunque la UE y el FMI —pocos días después de salvar a Atenas— anunciaron la existencia de un fondo de ayuda por valor de US$ 930.000 millones para países con graves problemas fiscales en la zona del euro. Si un país cualquier decide aceptar esa oferta, sabe que tendrá que enfrentarse a medidas de austeridad semejantes a las de Grecia.

-Recortar gastos para crecer
En el caso de algunos países europeos con problemas financieros, la cuestión de la austeridad tal vez no haya sido nunca un problema. Cosas más graves, dicen los expertos, sobre todo respeto a la escala y al tiempo, así como si la austeridad exigida sería adecuada para la envergadura del problema. En un mundo ideal, un país endeudado simplemente encontraría una solución a sus dificultades por medio del crecimiento. En el caso de Grecia, por ejemplo, la escasa posibilidad de crecimiento económico es considerada por mucha gente como parte sustancial de la razón por la cual el futuro fiscal que espera al país es sombrío.
Una segunda estrategia consistiría en reprogramar o reestructurar la carga tributaria —en realidad, un impago negociado—, pero esa solución es muy problemática. “La reestructuración sería racional en algunos casos”, dice Gultekin, “pero en tales circunstancias, los mercados se quedarían paralizados y francamente desestabilizados”. 
Una tercera opción sería devaluar la moneda, una medida que puede dar vida nueva a la economía abaratando los productos. Pero el país, al estar en la zona del euro, no tiene control sobre su moneda y tendría que dar un paso radical: salirse de la eurozona para hacer posible la devaluación.
Como tales alternativas no están disponibles o son demasiado amargas, los países en dificultades se ven obligados a recurrir a ayudas financieras o a “la bondad de extraños”, observa Richard J. Herring, profesor de Finanzas de Wharton. Sin embargo, es normal que tales paquetes de ayuda traigan consigo medidas de austeridad. Aunque el concepto detrás de la austeridad sea simple, hacer que se cumpla en la práctica no es nada fácil. En primer lugar, los accionistas —principalmente los sindicatos laborales europeos— tienden a resistirse con fuerza a tales medidas. Ese conflicto ha sido muy evidente en Europa durante los últimos meses..... 

El segundo desafío a la introducción de medidas austeras se debe al hecho de que los problemas fiscales, como bien se sabe, suelen manifestarse de forma más grave en los peores momentos del ciclo económico: durante las recesiones y las recuperaciones frágiles. En momentos así suben mucho los gastos del Gobierno, ya que la población desempleada necesita desesperadamente el salario de desempleo y otros servicios. Al mismo tiempo, la recaudación de impuestos sufre las consecuencias de la desaceleración económica. 
El resultado, según los especialistas, son desequilibrios fiscales controlables que pueden, de repente, volverse incontrolables.
Los planes de austeridad son normalmente anunciados en esos momentos, sin embargo una característica desafortunada de las medidas tomadas es que reducen la demanda agregada, lo que puede empeorar las dificultades económicas del país o incluso contribuir al surgimiento de un ciclo de deflación. Muchos historiadores económicos creen que tales políticas contribuyeron a que el mundo tomara el rumbo que llevó a la Gran Depresión.

El gran debate
“Existe una discusión muy grande en torno a las medidas de austeridad: ¿tienen sentido o podrían acabar perjudicando la recuperación del país?”, se pregunta Mauro F. Guillén, profesor de Gestión de Wharton. 
Uno de los expertos que más cuestionan esa austeridad en el escenario económico actual es el profesor de economía de la Universidad de Princeton, Paul Krugman, que ha usado su columna en New York Times para defender la idea de que países como Alemania y EEUU sólo conseguirán profundizar el desempleo recortando gastos en un momento en que la economía mundial se encuentra en una situación de fragilidad. 
Alberto Lesina, profesor de economía de la Universidad de Harvard, tiene un punto de vista diferente: “El recurso a la austeridad en la gestión de los gastos tendrá un efecto limitado sobre el crecimiento, si es que lo tiene”.
No importa de que lado se posicionen las personas, otra cuestión es la forma en que se introducen esas medidas, mucha gente aún asocia ese tipo de cosas a las políticas tan criticadas por el FMI en el pasado. Durante la crisis financiera asiática de finales de los años 90, por ejemplo, el FMI aconsejaba a los países desesperados como Indonesia a no sólo aumentar impuestos y recortar gastos, sino también a elevar los tipos de interés y cerrar bancos. Para Herring, el FMI aplicó “la misma estrategia prefabricada que había aplicado en América Latina y que no tenía cabida en el caso de los problemas a los que se enfrentaba Asia”.

Esas medidas, de acuerdo con Christian Weller, profesor de políticas públicas de la Universidad de Massachusetts, han sido ahora “desautorizadas por aquellos que han seguido de cerca esos problemas”. 
La crisis de la deuda latinoamericana de los años 80 tenía que ver, en gran medida, con préstamos hechos por los gobiernos en moneda extranjera. Pero los gobiernos asiáticos, dice Weller, habían puesto en práctica una disciplina fiscal rigurosa y seguían una política monetaria saludable y, aún así, el FMI les exigió que “introdujeran medidas severas que, a fin de cuentas, empeoraban aún más una situación que ya era mala”. 
La crisis asiática, y también la crisis de Argentina de 2002, tenían que ver con préstamos privados contratados en gran cantidad en moneda extranjera. No se trataba de préstamos públicos. Las crisis estallaron cuando se volvió más difícil contratar nuevos préstamos.

Incluso los defensores del FMI ya no abogan por las medidas que defendían para Asia en los años 90, “han cambiado desde entonces de estrategia prefiriendo el análisis específico de las condiciones existentes”, dice Uri Dadush, director del programa de economía internacional de Carnegie Endowment of International Peace. “Adoptaron una posición minimalista”. De hecho, dice Dadush, las condiciones más severas impuestas a Grecia cuando el país aceptó el paquete de ayuda no fueron consecuencia de alguna imposición del FMI, sino de otras naciones europeas, incluyendo a Alemania, “muy presionada internamente para que Grecia fuera castigada”.

Pero la desconfianza respecto al FMI persiste. Gultekin destaca que, el año pasado, cuando países como EEUU estaban poniendo en práctica medidas sin precedentes de estímulo a la economía en respuesta a la crisis financiera mundial, el FMI no defendía ningún tipo de austeridad. Ahora que los países de la periferia de Europa se enfrentan a dificultades, “el órgano ha cambiado de posición. Por lo tanto, ahora la gente ve cierto cinismo en la institución”. 
Ese cinismo puede convertirse en un obstáculo no sólo para la introducción de medidas austeras, sino también para la adopción de otras reformas que, de acuerdo con muchos economistas, son necesarias para que los países con problemas fiscales en el sur de Europa puedan poner la casa en orden. En primer lugar, son necesarias reformas en el mercado de trabajo como, por ejemplo, la reducción de indemnizaciones elevadas y la eliminación de normas que hacen extremadamente difícil que se despida a alguien. En Grecia, en Portugal, en Italia y en España, dice Gultekin, “despedir a alguien es tan difícil que muchos empleadores prefieren no contratar”. Eso funciona como una especie de barrera al crecimiento, lo que ya es malo, pero también es complicado en términos fiscales porque, según explica Alesina, “cuando hablamos de la relación deuda/PIB, el numerador tiene que disminuir y el denominador, aumentar”.

¿Funcionará?
¿Las medidas de austeridad serán adecuadas para los problemas fiscales de los países del sur de Europa y de otras regiones? 
De acuerdo con los especialistas, la respuesta parece ser un sonoro “sí”, con la posible excepción de Grecia. La crisis fiscal griega es tan grave como se dice. El FMI prevé que la relación deuda/PIB del país llegará a cerca del 150% en 2012, aunque se impongan medidas extremadamente duras. Para algunos, como Dadush, será difícil imaginar una manera de que Grecia se escape del problema de la deuda. Él cree que “el país es el que más oportunidades tiene de necesitar reestructurar la deuda o de conseguir algún tipo de perdón”.

En otros países en dificultades en el sudeste europeo —Portugal, España e Italia—, la presión fiscal es grande, sin embargo menos severa que en la angustiada Grecia. De esos tres, Portugal es el que está en peor situación. Muchos creen que, después de Grecia, el país será el próximo en tener que reestructurar su deuda. 
La situación de España también es grave —el desempleo alcanzó el 19,7% en abril—, sin embargo, de acuerdo con Guillén, “el déficit presupuestario del país no es malo. Se trata de algo que se puede evitar, aunque el desempleo sea grande”. España ya ha empezado a tomar medidas para sanear sus desequilibrios fiscales: de entrada, se comprometió a reducir su déficit presupuestario primario a menos del 3% en 2012, frente a un 9,9% en 2010 y; en segundo lugar, ha dado los primeros pasos para poner en práctica una reforma laboral. 
Italia, por su parte, está en mejor situación que los demás, ya que el déficit del país, dice Dadush, “se encuentra dentro de límites razonables”.
Pero los problemas fiscales derivados de la crisis financiera internacional pueden ir más allá de la zona del euro. En Reino Unido, el primer ministro David Cameron anunció, algunas semanas después de tomar posesión, que sería preciso tomar decisiones dolorosas en relación al presupuesto en el futuro próximo. El día 22 de junio, su Gobierno detalló un plan que preveía recortes de US$ 168.000 millones y un aumento significativo de impuestos sobre ventas. Los gastos medios de los ministerios serán recortados en un 25%, mientras el impuesto sobre el valor añadido pasaría del 17,5% al 20%. Los números, sin embargo, indican que la capacidad de Reino Unido de honrar sus deudas es superior a la de muchos otros países. La relación deuda/PIB, por ejemplo, aunque sea alta — en torno a un 69% —, no es motivo de pánico. Igualmente importante es el hecho de que el RU tiene también una óptima reputación de Gobierno, asegurando a los inversores que, no importa lo que suceda, se les devolverá el dinero.

Además del continente europeo, los especialistas señalan a dos países que llaman la atención por la deuda enorme que poseen: Japón y EEUU. Japón, a primera vista, parece ser, entre las principales economías del mundo, la que más problemas fiscales tiene. El ratio deuda/PIB del país es de un asombroso 219%. El nuevo primer ministro japonés, Naoto Jan, anunció el día 11 de junio que la carga tributaria podría llevar, un día, a una situación de crisis semejante a la de Grecia. De momento, sin embargo, observadores de fuera de Japón no parecen muy preocupados con la situación fiscal del país. Eso se debe, en gran medida, al hecho de que la deuda japonesa está denominada en yenes y es financiada en buena parte por los propios japoneses a tasas de interés muy bajas. Por lo tanto, observa Takatoshi Ito, profesor de la Escuela Superior de Economía de la Universidad de Tokyo, “cuando tenga lugar una crisis fiscal en Japón, el resto del mundo también se verá afectado, pero en grado mucho menor que con la crisis subprime en EEUU y en otras crisis parecidas”.
Sin embargo, para un país que tiene una deuda monumental, ¿qué tipo de medida austera estaría en condiciones de resolver su problema? Ito recomienda el aumento gradual del impuesto sobre el valor añadido, cuya cuota actual es del 5%, hasta un 25%. De acuerdo con Dadush, Japón no está bajo una amenaza inmediata de crisis: “Ellos aún tienen algún espacio de maniobra. Pero si de aquí a tres años están en la misma situación de ahora, habrá dificultades”. 

Ito cree que lo mismo vale para EEUU, un país cuyas finanzas se encuentran bajo considerable estrés a causa de la baja recaudación de impuestos como consecuencia de la crisis financiera mundial, además del incentivo a los gastos y del dinero utilizado para financiar las guerras de Afganistán y de Oriente Medio.
Sin embargo, el desgaste más serio y más a largo plazo para las finanzas americanas ocurre como consecuencia del aumento de los gastos de salud, lo que tiene como resultado un escenario fiscal “nada agradable”, dice Kent Smetters, profesor de Seguros y de Gestión de riesgo de Wharton. “Las deficiencias son enormes, especialmente en Medicare”. Smetters resalta que los desfases fiscales proyectados representan, en valores actuales, prácticamente el doble del valor de los títulos de capital del país: sus “tierras, edificios, casas y empresas privadas y públicas”. Pero, como en el caso de Japón, los inversores no manifestaron, de momento, un nerviosismo muy grande en relación a la deuda americana. Gultekin dice que la situación de reserva monetaria mundial del dólar americano “es un factor tremendo de flexibilidad”.

Aunque diversos países, Europa y otros se hayan metido en problemas a causa de préstamos excesivos, “se aprende reparando”, dice Gultekin. “En las democracias, y en cualquier lugar, no se aprende nada si no hay que enfrentarse a sus propios problemas”.
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